jueves, 19 de julio de 2018

Aprender y descansar...


Reflexión domingo 22 julio 2018
Aprender y descansar…
Marcos 6,30-34
Errar es humano. Es nuestro límite. No lo sabemos todo. Pero lo bueno es que siempre podemos aprender y, muchas veces, es para eso que sirven los errores. Probamos de una forma, ensayamos de otra, hasta que encontramos la manera más satisfactoria. Puede pasar, incluso, que algunas cosas que siempre funcionaron bien, en algún momento ya no sean adecuadas y tengamos que revisarlas y cambiarlas.

Jesús formó un grupo de discípulos “para estar con él” dice el evangelio de Marcos y “para enviarlos a predicar”. Como discípulos están en permanente aprendizaje.

El evangelio de este domingo nos condensa momentos importantes de ese aprendizaje.
Empieza contándonos que los discípulos volvieron de una misión a la que Jesús los había enviado. Una práctica, podríamos decir. Así lo cuenta san Marcos:


En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»  Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma. Palabra del Señor

“Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.”
Le cuentan a Jesús lo que han hecho. La práctica tiene muchas situaciones imprevistas. Han tenido que desenvolverse, que tomar decisiones. Posiblemente en algunas cosas les ha ido bien, en otras no… contar lo que hicieron permite repensar, decantar, reflexionar. Sólo de esa forma lo vivido se transforma realmente en una experiencia útil.

También le cuentan a Jesús lo que habían enseñado. Uno podría preguntarse porqué le cuentan también eso… ¿acaso no han repetido las enseñanzas de Jesús? Seguramente sí, pero, allí también es importante confrontar con Jesús la forma en que enseñaron. El encuentro con otras personas, con sus preguntas o dificultades para entender lo que se anuncia, hace descubrir aspectos nuevos. Entonces, viene la duda ¿habré explicado bien esto o habré cambiado el sentido del mensaje?

El apóstol Pablo, que no formó parte del grupo de los Doce, a partir de su encuentro con Jesucristo comenzó a predicar el Evangelio. Tres años después de su conversión sintió la necesidad de encontrarse con aquellos que habían caminado junto a Jesús, para ver si lo suyo iba bien rumbeado. Así lo cuenta en su carta a los Gálatas:
«subí a Jerusalén para conocer a Cefas [o sea, a Pedro] y permanecí quince días en su compañía» (Gal 1,18).
Pasó más tiempo y volvió a sentir esa necesidad:
«al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén... y les expuse el Evangelio que proclamo entre los paganos... para saber si corría o había corrido en vano» (Gal 2,1.2).
Humildad de Pablo… necesidad de confrontar con los otros, de ver si lo que está haciendo va en la dirección correcta.

La primera enseñanza de Jesús que encontramos en este pasaje del Evangelio va por ese lado. No cortarse solo. Trabajar en equipo. Referirse a los responsables de las comunidades.

Una segunda enseñanza aparece enseguida, en la invitación de Jesús a ir a un lugar desierto, para descansar un poco. Quienes se dedican a trabajar intensamente con personas que tienen muchas necesidades… médicos, psicólogos, educadores, sacerdotes, corren el riesgo de vaciarse interiormente, algo que en inglés se llama burn out y se traduce como el “síndrome del quemado”. Esto lo sufre una persona que se ha consumido por dentro, que se ha agotado, que no encuentra fuerzas ni motivación para seguir. 
Jesús les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.
Jesús lleva a sus discípulos a descansar, para que la vida de ellos se equilibre, las fuerzas físicas se repongan; pero, sobre todo para que mantengan sus fuerzas espirituales, a partir del encuentro en soledad y en silencio con el mismo Jesús. Ese llamado sigue siendo válido y diríamos, aún más válido y necesario hoy, entre tantas cosas que dispersan y fatigan. Encontrarse con Jesús en la oración, en los sacramentos, estar con Él.
Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
El descanso que propone Jesús a los discípulos se frustra. La gente descubre dónde van y cuando ellos llegan, ya los están esperando. Jesús contempla esa multitud y, lejos de manifestar la más mínima molestia, siente compasión. El evangelio nos describe con una frase la situación que Jesús ve: “estaban como ovejas sin pastor”. A pesar de su necesidad y la de sus discípulos de descanso, Jesús se puso a enseñar a la multitud. Y lo hizo largo rato.


Es posible que la gente esperara otra cosa: sanaciones, milagros… pero Jesús se puso a enseñarles. Son ovejas sin pastor, han perdido el rumbo. La enseñanza de Jesús reorienta, da sentido a la vida. Gracias a esa enseñanza las personas dan un rumbo a su vida y dejan de estar como ovejas que no tienen pastor.

Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

sábado, 14 de julio de 2018

Con bastón y de sandalias...



Reflexión domingo 15 julio 2018
Con bastón y de sandalias…
Marcos 6,7-13
Quién de nosotros no salió a realizar un mandado a la calle o al mercado, o quien no ha enviado a realizar un mandado...

En el evangelio que leemos este domingo, vemos a Jesús enviando a sus discípulos en misión. Una misión bastante más compleja que un mandadito… Dice así San Marcos:

Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos».
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Un texto breve, pero cada detalle importa. Veamos.

Jesús llamó a los Doce. La palabra “vocación” significa “llamado”. La primera vez que se menciona a los Doce en el evangelio de Marcos está en el capítulo 3. Se nos dice que Jesús “llamó a los que él quiso”, “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (3,14-15). Desde el principio, entonces, Jesús tiene la intención de enviar a sus discípulos “a predicar”, es decir, a llevar el mensaje que él está comunicando con sus palabras y sus acciones. Ahora estamos en el capítulo 6 y los discípulos ya han vivido algunas experiencias junto a Jesús: ha llegado el momento para su primera misión.

“Los envió de dos en dos”. De dos en dos, porque dos testigos son más creíbles que uno solo, porque los compañeros se animan y fortalecen uno al otro y porque ir con otro crea una responsabilidad. Es menos probable abandonar la misión o aún caer en tentaciones peores.

Les dio poder “sobre los espíritus impuros”. Ese es uno de los objetivos de la misión, continuar esa actividad de Jesús; pero la misión también incluye “predicar, exhortando a la conversión” y “curar a los enfermos”. Notemos que Jesús no da poder sobre las personas. Jesús ofrece un mundo más sano, liberado de las fuerzas malignas que esclavizan y deshumanizan al ser humano. Sus discípulos llevarán su fuerza sanadora, para actuar en nombre de Jesús, humanizando la vida y aliviando los sufrimientos.

Para el camino no deben llevar más que un bastón, un par de sandalias y una sola túnica.Jesús los quiere caminantes, ligeros de equipaje. Son instrucciones parecidas a las que Dios da a los israelitas cuando comen el cordero pascual, prontos a salir a la libertad: comer, con los pies ya calzados y el bastón de peregrino en la mano (Éxodo 12,11).

Tampoco tienen que llevar pan, provisiones ni dinero. No tienen que ir preocupados por su seguridad. Igual que los israelitas que se internan en el desierto tras ser liberados de la esclavitud de Egipto, tienen que ir confiados en la Providencia de Dios que hará que no les falte nada. No pensemos que el Maestro los envía a pasar mal; Jesús no llevaba una vida ascética como la del Bautista; iba a las comidas y fiestas donde se le invitaba. No pretende que sus discípulos pasen necesidades, sino que hagan un acto de fe saliendo de esa manera, “a la buena de Dios”, nunca mejor dicho.

“Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.” En otro evangelio, Jesús agrega “no anden de casa en casa”. La idea es que acepten buenamente lo que recibieron de entrada, aunque después encuentren un lugar mejor y que no estén preocupados por mayor o menor comodidad.

“Si no los reciben … al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies”. Es una respuesta a los que han rechazado el anuncio. Es una manera de decir “lo hemos intentado, ustedes no han querido escucharnos, es su decisión; ya no es nuestra responsabilidad”.

Contemplando a esos primeros misioneros, quienes continuamos la misión hoy, dos mil años después, podemos hacernos preguntas sobre nuestros medios… edificios, vehículos, aparatos… ¿pueden ser una ayuda para la misión? Sí, claro… pero, por otra parte, ¿pueden esas cosas convertirse en fines en sí mismas, que nos distraigan de la misión? ¡también! La Iglesia existe para evangelizar, para anunciar el evangelio. Tenemos siempre que preguntarnos cómo estamos usando los medios que tenemos para esa misión.

Y algo aún más importante… en última instancia, el acercar a alguien a Cristo, el encuentro con Él y la adhesión a una comunidad y a la Iglesia, pasan por el contacto personal, por el encuentro entre las personas, por la experiencia y el testimonio comunicados y compartidos de corazón a corazón. Y esos momentos, donde Dios actúa con su Gracia, no se pueden obtener sino a través de personas que gratuita y sencillamente comparten su vida de fe con los demás.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana


¿No es acaso el carpintero?



Reflexión domingo 8 julio 2018
¿No es acoso el carpintero?
 Marcos 6,1-6
Un taller con olor a madera. Un hombre mayor y un jovencito trabajando juntos como padre e hijo. Muy cerca, en la cocina, la madre prepara el almuerzo o se ocupa de otras tareas de la casa. Así nos imaginamos la vida de la sagrada familia de Nazaret. Jesús, María y José, el carpintero.

Como todo aquel que tiene la misión de un padre, José trasmitió a Jesús su profesión, porque como indicaban los rabinos “Quien no enseña un oficio a su hijo es como si le enseñara el bandidaje”.

¿Qué sabemos de ese oficio de san José? Ante todo, José era un artesano, es decir alguien que trabaja por su cuenta, es dueño de sus herramientas o máquinas, fabrica los productos y él mismo los entrega a sus clientes.

La palabra griega del evangelio que tradicionalmente se traduce como carpintero es tektón. Esa palabra tiene otros significados. Carpintero, sí; pero también el que se ocupa de reparaciones varias, o el constructor. La palabra arquitecto viene de ahí. Arqui-tecto significa “el primer tektón”, o sea el que dirige la obra.

En la construcción predominaba la piedra, pero también entraba la madera. Para construir el templo de Jerusalén, los carpinteros prepararon las maderas, que en parte eran de cedro del Líbano. Los pórticos que rodeaban la explanada del templo estaban cubiertos con artesonados de madera de cedro. También se empleó esa misma madera en los cimientos del santuario.

Como en todas las sociedades, hay trabajos que son apreciados y otros que son menospreciados. En el pueblo de Jesús, esa diferencia no estaba marcada por el hecho de trabajar o no con las manos, sino más bien en relación con reglas de pureza o normas morales. Los trabajos menospreciados eran los considerados “sucios” o que se prestaban a prácticas fraudulentas.
En general, el trabajo de los artesanos era apreciado y respetado. Tan respetado que, en Jerusalén, cuando los sacerdotes entraban en procesión hacia el templo, todos se ponían de pie; pero los artesanos, si estaban trabajando, no tenían obligación de hacerlo y no interrumpían su labor.

Otra señal de ese aprecio es que, sorprendentemente para nosotros, muchos escribas o Maestros de la Ley, es decir, los hombres estudiosos de la Palabra de Dios, tenían también su oficio como artesanos. El Talmud, es decir, la enseñanza de los rabinos menciona oficios ejercidos por los Doctores de la Ley, entre los que hay sastres, fabricantes de sandalias, carpinteros, zapateros, curtidores, arquitectos y hasta barqueros.

Entonces, no nos asombremos de que Jesús y también san Pablo hubieran podido dedicarse tanto a un oficio como a estudiar la Sagrada Escritura. Pablo estudió en Jerusalén con grandes maestros fariseos y se ganaba la vida como fabricante de carpas. Un artesano que llevaba consigo sus herramientas y armaba su taller en las calles de cualquier ciudad.

Si bien los Maestros de la Ley eran artesanos, no todo artesano era un conocedor o estudioso de la Palabra de Dios. Por eso, los vecinos de Nazaret se sorprenden cuando regresa Jesús, a quien habían visto crecer entre ellos, dedicado a su oficio de carpintero, convertido en un Maestro que predica, que enseña la Palabra de Dios. Así cuenta san Marcos:

Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero…?
Esto que asombra a los conciudadanos de Jesús es, sin embargo, parte del Evangelio. Es “el Evangelio del trabajo”, como solía decir san Juan Pablo II.

¿Qué queremos decir con que es “parte del Evangelio”? No simplemente que está escrito en el Evangelio que Jesús trabajó, sino que el hecho de que Jesús trabajara es parte de la Buena Noticia. El trabajo de Jesús, su acción de trabajar es ya un mensaje, como todo lo que Jesús dice y pone en obra.

Jesucristo, el Hijo de Dios, (…) trabajó con sus manos, para enseñarnos cómo debemos comportarnos en nuestro esfuerzo por construir de modo solidario un mundo mejor.
Que con la ayuda de Dios, aprendamos a conocer más y mejor la vida de trabajo de Cristo, “el hijo del carpintero” (Mt 13, 5), que pasó la mayor parte de su existencia terrena compartiendo la vida de cada día con sus hermanos los hombres y ocupando sus años como un trabajador.
El trabajo no es (…) algo que el hombre debe realizar sólo para ganarse la vida; es una dimensión humana que puede y debe ser santificada, para llevar a los hombres a que se cumpla plenamente su vocación de criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios.
Por medio del trabajo, la persona se perfecciona a sí misma, obtiene los recursos para sostener a su familia, y contribuye a la mejora de la sociedad en la que vive. Todo trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación, y cualquier trabajo honrado es digno de aprecio.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana


Joven levántate...


Reflexión domingo 1 julio 2018
Joven levántate…
Marcos 5,21-43
Los jóvenes de hoy aman el lujo y son mal educados. No obedecen a las autoridades. No muestran el menor respeto por sus padres. Pasan el tiempo charlando en lugar de trabajar.
Nuestros hijos son unos verdaderos tiranos. No se ponen de pie cuando entra una persona mayor. Contestan a sus padres, fanfarronean todo el tiempo, comen con voracidad y hacen la vida imposible a sus maestros.
Hay gente que piensa así de los jóvenes… Esta parrafada aparece en muchos lugares atribuida a Sócrates, el gran filósofo griego. Sin embargo, no es de Sócrates. Esta falsa cita aparece en un libro de 1953. Se quería mostrar que las diferencias generacionales existen desde la antigüedad. Posiblemente, sí, esa disconformidad de los adultos respecto a los jóvenes atraviesa toda la historia de la humanidad; pero el peligro de repetir mucho estas cosas es que los jóvenes terminen creyendo que son así y terminen, efectivamente, siendo así.

Sin embargo, nuestra época tiene también otra mirada sobre la juventud, que es presentarla como ideal de vida, lo que se podría resumir en “todos queremos ser jóvenes”. Eso se expresa en la manera de vestir, en la forma de cuidar el cuerpo, pero también en actitudes de una libertad que no elige ni se compromete…

Cuando los adultos tomamos ese camino, cuando no queremos asumir nuestra edad y nuestro rol, cuando pretendemos “ser siempre jóvenes”, no sólo nos estamos engañando a nosotros mismos, sino que también estamos privando a los jóvenes de ver cómo continúa la vida más allá de la etapa en la que hoy están. La juventud no es la meta.

Los psicólogos dicen que los adultos tenemos la misión de poner límites. Los límites son como las líneas y señales del camino, que dan seguridad a quien va en la ruta. Pero los adultos también tenemos otra misión, que es abrir horizontes, mostrar las posibles metas como algo deseable. Descubrir la vocación, conocer y desarrollar las propias capacidades, formar una familia, tejer relaciones de amistad, conducirse pensando en los demás, actuar de forma solidaria, mantener los compromisos asumidos, siguen siendo caminos de realización para el ser humano.

Como en muchas cosas de la vida, las buenas noticias sobre los jóvenes no ocupan titulares. Junto a las dificultades, a veces extremas, que presenta en la sociedad el mundo juvenil, hay una realidad positiva y esperanzadora.

Hay jóvenes inquietos que buscan el sentido de la vida y quieren ser protagonistas en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Jóvenes que confían en la familia. Jóvenes de grupos parroquiales y de movimientos que perseveran en su fe y en su vida cristiana, en su compromiso apostólico en la Iglesia y en el mundo.

El evangelio de este domingo nos presenta el encuentro de Jesús con una joven. El punto de partida es una situación conmovedora. Un hombre importante, seguramente rico, llamado Jairo, jefe de la sinagoga, viene a buscar a Jesús, se postra a sus pies y le suplica angustiado:

«Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva» (5,23).
En los evangelios, muchas madres van a Jesús rogando por sus hijos. Este es el único padre que va: no es algo común. Él la llama “mi hijita”, aunque también hay una mamá, como veremos; pero esa hija es el tesoro de su padre y con la vida de ella se va la vida de él. ¿Qué edad tiene esa niña? Eso es relevante; no es tan pequeña como parece.

Conmovido, Jesús se pone en camino. En la ruta se cruza otra historia, en la que no nos detendremos, pero Jesús sí se detiene. Podemos imaginar la ansiedad de ese padre que ha ido desesperado, al ver a Jesús detenerse y hablar con la gente.
La situación se hace todavía más dramática:

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas» (5,35-36)
El cuadro que encuentran al llegar es el esperable, de acuerdo con las costumbres: ha muerto la hija de un jefe, la estrellita de su vida. Hay alboroto, llantos, alaridos.

Al entrar, [Jesús] les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él.
Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Muchachita, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.
Una interpretación posible… Tal vez estamos aquí ante un padre que adora a su hija, pero esa adoración, a ella la adormece, la detiene en su crecimiento como persona. La niña está llamada a ser mujer, a desarrollar todas sus capacidades de trabajo, a tener un esposo, a formar ella misma su casa… El padre quisiera retenerla, conservarla como la pequeña que es la luz de su vida.

Poniendo a la madre al lado del padre Jesús equilibra las cosas: son ellos dos quienes tienen que transitar juntos la ancianidad. La hija de ambos debe hacer su propio camino en la vida. Tiene 12 años.

Los 12 años del tiempo de Jesús son muy diferentes a los de hoy. Recordemos, la primera iniciativa de Jesús, cuando se queda en el templo de Jerusalén con los doctores, ocurre a sus 12 años. En esos tiempos no había una prolongada adolescencia o juventud: se entraba pronto en la vida adulta a través de decisiones y de compromisos.

Eso es lo que Jesús “despierta” o resucita en esta jovencita. La joven que devuelve a sus padres ya no es la niña que había muerto. Ella no solo se ha levantado; también camina, emprende su propia ruta, con su libertad y con sus riesgos, buscando lo que Dios tiene reservado para ella.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana


Anuncio de lo nuevo...


Reflexión domingo 24 junio 2018
Anuncio de lo nuevo…
 Lucas 1,57-66.80
El jueves 21 de junio entró el invierno en el hemisferio sur. Todos nos preparamos para la estación fría. Sin embargo, hay un detalle que tiene que reconfortarnos. Las horas de sol, que venían acortándose cada día desde el comienzo del verano, de a poquito se irán haciendo más largas, hasta el 21 de diciembre, cuando se dé vuelta este proceso.

En el hemisferio norte sucede exactamente al revés. Empezó el verano y los días se irán acortando hasta el 21 de diciembre, donde volverán a alargarse al comenzar el invierno boreal.

En la antigüedad, los hombres llegaron a preguntarse si ese ciclo no se terminaría algún día y las horas de sol serían cada vez menos hasta que reinara la oscuridad completa.

Muchos pueblos celebraban una fiesta en el solsticio de invierno, cuando volvían a ver alargarse las horas de sol. Los romanos festejaban el Dies Natalis Solis Invicti, el día del nacimiento del sol invicto. Una fiesta religiosa, porque ese Sol era un dios que no había sido vencido por la oscuridad. Se celebraba el 25 de diciembre.

Esa fecha ya nos dice algo: es la de la Navidad cristiana. En el sur la celebramos al entrar el verano, pero en el norte es la entrada del invierno, cuando el sol vuelve a nacer, venciendo la oscuridad; por eso se eligió ese día.

Es posible calcular la fecha de la muerte de Jesús, porque ocurrió en una fiesta de Pascua; pero no conocemos el día de su nacimiento. Los evangelios no dan ningún dato. En diversos lugares del mundo cristiano se comenzó a celebrar en fechas diferentes, pero hacia el siglo IV la fecha del 25 de diciembre comenzó a prevalecer y se ha mantenido hasta hoy.

No hay que olvidar que esa elección tiene un carácter simbólico: Jesucristo es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Juan 1,9), la luz que vence a las tinieblas (Jn 1,5). La vieja fiesta pagana del nacimiento del sol invicto cede el lugar al nacimiento de aquel que es la Luz del Mundo, el verdadero sol… pero claro, eso funciona bien en el hemisferio norte, por todo lo que hemos explicado.
Pero al fijar la Navidad el 25 de diciembre, se fijan también otras fechas.

El evangelio de Lucas nos cuenta que cuando María recibe el anuncio del ángel de que ha sido elegida para ser la Madre del Salvador, se le dice también que su prima Isabel, la madre de Juan el Bautista está ya en su sexto mes.

Así, a partir de dar la fecha del 25 de diciembre para el nacimiento de Jesús, ubicamos las otras dos:

·                     24 de junio, seis meses antes de Jesús, nacimiento de Juan el bautista. Es, precisamente, la fiesta que vamos a celebrar el próximo domingo.
·                     25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad, y tres meses antes del nacimiento de Juan, la anunciación.

En el evangelio de Juan (3,31) Juan el Bautista dice de Jesús “es necesario que él crezca y que yo disminuya”. Por eso, se celebra el nacimiento de Jesús cuando -recordemos, en el hemisferio norte- las horas de sol comienzan a crecer y el nacimiento de Juan cuando las horas de sol comienzan a mermar.

Juan el Bautista es un personaje realmente importante. El historiador judeo-romano Flavio Josefo lo menciona en su libro “Antigüedades Judías” (Libro 18, capítulo 5) y lo describe así:


un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. Era con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud. Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar.
Aunque su explicación difiere de la que dan los Evangelios, Josefo dice también que fue mandado matar por Herodes.

Jesús tiene en muy alta estima al Bautista. Dice de él que “es más que un profeta” (Lc 7,26) y, más aún: “entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan”; pero agrega: “sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él” (Lc 7,28). Juan es como una bisagra, una línea divisoria entre la primera y la nueva alianza. Lo dice el mismo Jesús:

“La Ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Noticia del Reino de Dios” (Lc 16,16).

La Iglesia ha reconocido la importancia de Juan celebrando no sólo su muerte, su martirio, sino también su nacimiento. San Agustín subraya el carácter sagrado de esa celebración:

“él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo” (Sermón 293, 1-3, Oficio de lecturas de la Natividad de S. Juan Bautista).

En forma muy sintética, Agustín compara los dos nacimientos y su diferente significado:

Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen.
El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo;
la Virgen cree el del nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe.

[Juan] es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo.
Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos;
porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre.
Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre.
Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer;
queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. (Ib.)

Ser precursor… ir abriendo el camino a otro que viene detrás. Una misión difícil, pero esa es la misión del cristiano: mostrar a Cristo, indicar dónde está, facilitar el encuentro de los demás con Jesús… Ser la lámpara, sabiendo que la luz es Cristo. Ser la voz, sabiendo que la Palabra es el mismo Jesús. No ponernos a nosotros mismos en el centro, sino ponerlo siempre a Él. Así hizo Juan, así estamos nosotros también invitados a hacer, al presentar a Jesús. Disminuir, para que Cristo crezca.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

El amanecer del Reino de Dios...


Reflexión domingo 17 junio 2018
El amanecer del Reino de Dios…
Marcos 4,26-34
El 22 de enero de 1901, a los 81 años de edad, murió la Reina Victoria de Inglaterra. Había reinado durante 63 años sobre el extenso imperio británico. Cuatrocientos millones de personas, un cuarto de la población mundial, a gusto o a disgusto, eran súbditas de la reina. ¿Cuántos grandes reinos ha habido en este mundo a lo largo de la historia? ¿Cuántos gobernantes soñaron y conquistaron un gran imperio? ¿Cuántos llegaron a dominar como señores absolutos, oprimiendo con su poder? (cf. Marcos 10,42)

Alrededor del año 30 de nuestra era, en Judea, provincia de la periferia del vasto Imperio Romano, el prefecto Poncio Pilato, instigado por las autoridades locales, condenó a morir crucificado a un galileo llamado Yeshúa de Nazaret. Hizo colocar en la cruz una inscripción con la causa de su condena: “el rey de los judíos”. Su muerte fue un alivio para quienes lo miraban como un incómodo alborotador que soliviantaba al pueblo con sus enseñanzas. Fue, en cambio, una gran desilusión para los que esperaban que él liberara al pueblo y restaurara el reino de Israel. Pero Jesús de Nazaret no venía para establecer esa clase de reino. Con él llegó a los hombres el amanecer del Reino de Dios o el Reino de los Cielos, como lo menciona el evangelio de Mateo.

Si buscamos en los evangelios cuántas veces habla Jesús del Reino de Dios, podríamos decir, sin exagerar mucho, que Jesús “no habla de otra cosa”. En Marcos, el evangelio más breve, aparece 13 veces. En Lucas, 21. En Mateo, 36. En el Evangelio de Juan, que se escribió mucho más tarde que los otros, sólo dos veces. En total, 63 menciones.

En el evangelio de Marcos, que es el que leemos en los domingos de este año, desde el comienzo Jesús anuncia “el Reino de Dios está cerca” y exhorta a sus oyentes a que se conviertan y reciban con fe esa Buena Noticia.

Jesús va más lejos y afirma que el Reino no sólo está cerca, sino que “ya está aquí”, “está en medio de ustedes”. Ya está aquí… pero ¿dónde? La forma de hablar de Jesús hace entender que no se trata de un lugar sino de una realidad misteriosa, en la que se conjuga la intervención de Dios y la respuesta de los hombres. Los estudiosos de la Biblia nos dicen que la palabra más adecuada no sería “reino”, que da la idea de un país gobernado por un rey o una reina (el reino de España o el Reino Unido). La palabra más acertada sería “reinado” que es la acción de reinar, el ejercicio del poder que tiene el rey, el cumplimiento de su voluntad… ¿qué pedimos en el padrenuestro…? “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

Este domingo escuchamos dos breves parábolas con las que Jesús explica cómo comienza ese Reino o Reinado de Dios, cómo crece y cómo llega a su plenitud. 

«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».
También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».
Las dos parábolas empiezan por una semilla; la segunda tiene una característica especial, que es la de ser la semilla más pequeña, la de la mostaza.

La semilla plantada nos dice que el Reino no es un proyecto, un sueño o una utopía, algo que todavía no tiene lugar… es una realidad que ya está presente, que tiene dentro de sí todas las posibilidades de crecer, que todavía no ha llegado a su plenitud, pero que está germinando, creciendo, despuntando tallos y hojas y un día llegará a su total cumplimiento, y aparecerá un mundo nuevo.

Prestemos atención también a los finales. La primera parábola nos habla del momento de la cosecha, el tiempo de recoger los frutos. Allí entra la hoz; los frutos se recogen, pero el resto quedará seco y caduco y será desechado. Hay cosas que no tienen sentido en la historia: aquellas que se oponen al proyecto de Dios. La hoz -el juicio de Dios- las dejará fuera.

La segunda parábola tiene un final con sentido totalmente positivo. La semilla más pequeña dio origen a una planta grande, con ramas como las de un árbol, donde los pájaros pueden venir a protegerse. “Los pájaros del cielo” puede entenderse como toda clase de aves. El Reino no está cerrado a un único grupo o a un pueblo determinado, sino que está abierto a hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo o nación.

Así estas parábolas nos presentan dos aspectos del Reino y de su transformación de la historia.
La primera nos habla del Reino de Dios como don, como algo que Dios hace crecer en el corazón de la humanidad, en el corazón del mundo… en el padrenuestro pedimos “Venga tu Reino”, precisamente pidiendo que Dios reine, que Dios actúe, que venga a nosotros esa fuerza a la vez humanizadora y divinizadora de nuestra vida.

La segunda comparación pone de manifiesto la fuerza escondida en lo pequeño. El más pequeño gesto, hecho con amor, tiene la fuerza de la minúscula semilla de mostaza, la capacidad de generar vida.

Un escriba, un entendido de la Palabra de Dios, después de haber escuchado a Jesús le dijo: «Maestro; tienes razón al decir que el Señor es el único Dios y que no hay otro fuera de Él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». A eso, Jesús le respondió “no estás lejos del Reino de Dios” (Marcos 12,32-34).
¿Por qué Jesús no le dijo “has entrado en el Reino de Dios”? Tal vez para invitarlo a pensar que aún le faltaba algo… tal vez lo que le faltó y nos puede faltar a nosotros sea precisamente pedir de Dios la fuerza para vivir así, para amar así, de modo que cada pequeño o gran gesto que hagamos pueda estar lleno de ese amor y manifieste que el Reino de Dios ha llegado y está en medio de nosotros.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana

Decían que estaba loco...



Reflexión domingo 10 junio 2018
Decían que estaba loco…
Mc 3, 20-35
Cuando se presenta una situación de trabajo que nos desborda, o nos vemos enfrentados a un peligro o tenemos que hacernos cargo de una emergencia, nuestro organismo nos prepara para ese esfuerzo físico y mental segregando adrenalina, que sube enormemente nuestra energía. Otra hormona menos conocida, el cortisol, se ocupa de que esa respuesta del cuerpo dure el tiempo necesario.
Esa activación frente al momento de apremio es el estrés.

Pasada la contingencia, el cuerpo vuelve a su equilibrio. Pero si no lo hace, es decir, si nuestro organismo se mantiene como enganchado en la situación de exigencia, el estrés se convierte en un problema que se traduce en cansancio, dolor físico, falta de concentración y de memoria, irritación, agresividad, problemas para dormir… Es como si nos quedáramos permanentemente enchufados a una energía que termina consumiéndonos.

Otras situaciones directamente nos tiran abajo. La muerte de una persona querida, un desengaño amoroso, una crisis económica, problemas de la adolescencia… o de la entrada en la vejez, el diagnóstico de una enfermedad terminal… todo eso puede hacernos sentir tristes, melancólicos, infelices, abatidos...

Frente a eso, quisiéramos huir de alguna manera… dormir… o que nos duerman. Pero no nos podemos anestesiar. Necesitamos vivir esas situaciones dolorosas y esos efectos. Estos reveses de la vida nos ayudan a madurar, a crecer espiritualmente desde la humildad.

Desde la humildad, porque estos contrastes nos hacen ver que no lo podemos todo ni lo sabemos todo, que nuestra vida tiene siempre una parte grande de incertidumbre que tenemos que aprender a gestionar. Se entra así a una situación difícil, pero se sale de ella mejor… y si es algo de lo que no vamos a salir, pasaremos por allí también de mejor manera.

Pero cuando esos sentimientos se mantienen, se hacen permanentes, como un dolor constante y sordo, que hace sufrir -a veces sin causa evidente- conviene ir a consulta, porque la depresión puede haberse instalado.

Estos ejemplos nos ayudan a ver que, al igual que nuestra salud física, nuestra salud mental tiene también sus amenazas… se suele decir que nunca estamos completamente sanos, ni en un aspecto ni en el otro. Todo esto viene a propósito del comienzo mismo del evangelio que escuchamos este domingo. Dice el evangelista Marcos:
Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».
“Es un exaltado”. Otras traducciones dicen “Está fuera de sí”, “Ha perdido el juicio” o, directamente “se ha vuelto loco”. Para empeorar un poco más las cosas, llega la opinión de los que son considerados “sabios y entendidos”. Sigue diciendo Marcos:

“Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios»”.
O sea: además de loco, endemoniado. En el evangelio de Juan encontramos también esa acusación combinada de locura y posesión diabólica:

Y muchos de ellos [las autoridades judías] decían: Tiene un demonio y está loco. ¿Por qué le hacen caso? (Juan 10,20)
Y bien… ¿estaba loco Jesús o hacía cosas que hicieran pensar que lo estaba?
En el Evangelio, Jesús aparece muchas veces en situaciones que para nosotros serían muy estresantes, permanentemente rodeado de gente. En otro pasaje de Marcos encontramos:

A la puesta del sol le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. (Marcos 1,32-33)
No algunos, ¡todos! ¡la ciudad entera! No es extraño, entonces, que Jesús busque, en cuanto le sea posible, momentos de soledad… Otra vez dice Marcos:

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. (Mc 1,35)
En otro momento Jesús lleva aparte a los discípulos, diciéndoles:

«Vengan conmigo a un lugar solitario, para descansar un poco». Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. (Mc 6,31)
Contemplando y escuchando a Jesús en los Evangelios vamos descubriendo los sentimientos de su corazón. Resalta enseguida la compasión, la misericordia que le despiertan muchas personas. Pero encontramos también otros sentimientos muy humanos. Algunas situaciones y actitudes lo enojan; otras le producen tristeza. Hay un momento, en la víspera de su muerte, que lo encontramos sintiendo miedo, angustia, tristeza profunda. Es el momento de la prueba final. Cuenta Marcos:

Jesús llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia.
Y les dijo: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quédense aquí velando».
Y adelantándose un poco, cayó en tierra suplicando que, de ser posible, pasara de él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». (Mc 14,33-36)
Ya sea en medio del estrés del ir y venir de la gente como en el momento supremo en que ve venir la muerte hacia Él, Jesús busca tener un momento de oración.

Creo que nadie pensará que cada vez que nos sentimos estresados o angustiados todo se resuelve con rezar un padrenuestro… La oración de Jesús es intensa y profunda. Es levantar su corazón hacia Aquel que está en el centro de su vida: su Padre Dios, al que Él llama tiernamente “Abbá”, “Papá”, “Papito”, con la confianza de un niño que está en la presencia de alguien que lo ama y lo protege. Y en ese encuentro de corazón a corazón está su punto de equilibrio.
El Padre está en el centro de la vida de Jesús. Jesús dice:

“Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”
Nos enseña a pedir a su Padre:

“hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Esa adhesión total a la voluntad del Padre expresa la unidad profunda que hay entre los dos:

“el Padre y yo somos uno”.
Pero esa unidad entre ellos no los encierra, sino que abre a Jesús a la humanidad doliente y alejada de Dios. La voluntad del Padre es

“que todos los hombres [es decir, todas las personas humanas] se salven”. 
Jesús hace la voluntad del Padre porque comparte esa voluntad de salvación y quiere llevarla a cabo hasta las últimas consecuencias. Sí. Jesús se pone “fuera de sí”, Jesús “se exalta”, pero no en un acto insano, aunque algunos lo vean como locura. Él sale fuera de sí para dar su vida en la cruz, en un acto de amor extremo.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana