Reflexión domingo 4 de marzo 2018
La
salvación no está en venta
Juan 2,13-25
Este mundo es un mercado donde todo se
compra y se vende. Los anuncios publicitarios nos informan continuamente de que
podemos obtener todo lo que necesitamos y a buenos precios. Y tantas veces
oímos el mensaje que terminamos creyéndolo. A pies juntillas. A veces pensamos
que eso es típico de nuestra sociedad capitalista pero no es así. A lo largo de
la historia siempre ha estado presente en la mentalidad de las personas, de una
forma u otra, esa idea de que todo se puede comprar. Y, cómo no, esa idea
también ha estado presente en la relación con Dios. A Dios también se le
compra. Se supone que él tiene algo que ofrecernos y que nosotros le podemos
dar algo a cambio. Todo se queda en una toma y daca. Quizá por eso los judíos
habían terminado convirtiendo el templo en un mercado como cuenta el Evangelio
de Juan. No sólo porque hubiese allí muchos cambistas y puestos donde se
vendían las ofrendas para el templo, exvotos, recuerdos y cosas parecidas. Lo
peor era la mentalidad de la gente que pensaba que ofrecer aquellas cosas era
el precio que había que pagar para obtener el favor de Dios, aplacar su ira u
obtener el perdón de los pecados.
Frente a
esa idea, las lecturas de este domingo lanzan un mensaje poderoso: nuestro Dios
no está en venta, nuestro Dios no tiene un puesto en el mercado de la vida
ofreciendo paz de conciencia o tranquilidad o salud o... Nuestro Dios no vende
ni compra nada. Nuestro Dios es el que nos sacó de Egipto, el que nos liberó de
la esclavitud. Ése es nuestro Dios. Dios es el que da la libertad, la vida y la
salvación a los que vivían en la esclavitud y en la muerte. Sin pedir nada a
cambio, sin pagar un precio previo. Su única condición: que vivamos la
libertad, que no nos dejemos esclavizar por nada ni por nadie, que compartamos
la vida. Podemos releer todas las normas que se dan en la primera lectura y
veremos como todas ellas son liberadoras, todas invitan a la persona a vivir en
solidaridad y en fraternidad, en libertad y respetando la libertad de los
otros.
En Cuaresma, Dios se nos manifiesta como el
que nos libera de la esclavitud, de todas las esclavitudes. Hasta de la muerte,
que es la última de las esclavitudes. Así lo experimentaremos cuando celebremos
la resurrección de Jesús en los días ya no lejanos de la Pascua. Y eso lo hace
Dios por pura gracia, por puro amor nuestro. No hay precio que pagar, no hay
condiciones previas. No tenemos que venir a la Iglesia como si fuera parte del
precio de nuestra salvación. Dios nos ama porque sí. Y basta. En nosotros está
el ser agradecidos por lo que nos regala y compartirlo con los que nos rodean.
En nosotros está el amarle como él nos ama. En nosotros está el reconocer como
Padre al que tanto nos ama.
Paz y bien
Hna.
Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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