Reflexión domingo 10
junio 2018
Decían que estaba loco…
Mc 3, 20-35
Cuando se presenta una situación de trabajo que nos
desborda, o nos vemos enfrentados a un peligro o tenemos que hacernos cargo de
una emergencia, nuestro organismo nos prepara para ese esfuerzo físico y mental
segregando adrenalina, que sube enormemente nuestra energía. Otra hormona menos
conocida, el cortisol, se ocupa de que esa respuesta del cuerpo dure el tiempo
necesario.
Esa activación frente al momento de apremio es el estrés.
Pasada la contingencia, el cuerpo vuelve a su equilibrio. Pero si no lo hace, es decir, si nuestro organismo se mantiene como enganchado en la situación de exigencia, el estrés se convierte en un problema que se traduce en cansancio, dolor físico, falta de concentración y de memoria, irritación, agresividad, problemas para dormir… Es como si nos quedáramos permanentemente enchufados a una energía que termina consumiéndonos.
Otras situaciones directamente nos tiran abajo. La muerte de una persona querida, un desengaño amoroso, una crisis económica, problemas de la adolescencia… o de la entrada en la vejez, el diagnóstico de una enfermedad terminal… todo eso puede hacernos sentir tristes, melancólicos, infelices, abatidos...
Frente a eso, quisiéramos huir de alguna manera… dormir… o que nos duerman. Pero no nos podemos anestesiar. Necesitamos vivir esas situaciones dolorosas y esos efectos. Estos reveses de la vida nos ayudan a madurar, a crecer espiritualmente desde la humildad.
Desde la humildad, porque estos contrastes nos hacen ver que no lo podemos todo ni lo sabemos todo, que nuestra vida tiene siempre una parte grande de incertidumbre que tenemos que aprender a gestionar. Se entra así a una situación difícil, pero se sale de ella mejor… y si es algo de lo que no vamos a salir, pasaremos por allí también de mejor manera.
Pero cuando esos sentimientos se mantienen, se hacen permanentes, como un dolor constante y sordo, que hace sufrir -a veces sin causa evidente- conviene ir a consulta, porque la depresión puede haberse instalado.
Estos ejemplos nos ayudan a ver que, al igual que nuestra salud física, nuestra salud mental tiene también sus amenazas… se suele decir que nunca estamos completamente sanos, ni en un aspecto ni en el otro. Todo esto viene a propósito del comienzo mismo del evangelio que escuchamos este domingo. Dice el evangelista Marcos:
Esa activación frente al momento de apremio es el estrés.
Pasada la contingencia, el cuerpo vuelve a su equilibrio. Pero si no lo hace, es decir, si nuestro organismo se mantiene como enganchado en la situación de exigencia, el estrés se convierte en un problema que se traduce en cansancio, dolor físico, falta de concentración y de memoria, irritación, agresividad, problemas para dormir… Es como si nos quedáramos permanentemente enchufados a una energía que termina consumiéndonos.
Otras situaciones directamente nos tiran abajo. La muerte de una persona querida, un desengaño amoroso, una crisis económica, problemas de la adolescencia… o de la entrada en la vejez, el diagnóstico de una enfermedad terminal… todo eso puede hacernos sentir tristes, melancólicos, infelices, abatidos...
Frente a eso, quisiéramos huir de alguna manera… dormir… o que nos duerman. Pero no nos podemos anestesiar. Necesitamos vivir esas situaciones dolorosas y esos efectos. Estos reveses de la vida nos ayudan a madurar, a crecer espiritualmente desde la humildad.
Desde la humildad, porque estos contrastes nos hacen ver que no lo podemos todo ni lo sabemos todo, que nuestra vida tiene siempre una parte grande de incertidumbre que tenemos que aprender a gestionar. Se entra así a una situación difícil, pero se sale de ella mejor… y si es algo de lo que no vamos a salir, pasaremos por allí también de mejor manera.
Pero cuando esos sentimientos se mantienen, se hacen permanentes, como un dolor constante y sordo, que hace sufrir -a veces sin causa evidente- conviene ir a consulta, porque la depresión puede haberse instalado.
Estos ejemplos nos ayudan a ver que, al igual que nuestra salud física, nuestra salud mental tiene también sus amenazas… se suele decir que nunca estamos completamente sanos, ni en un aspecto ni en el otro. Todo esto viene a propósito del comienzo mismo del evangelio que escuchamos este domingo. Dice el evangelista Marcos:
Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera
podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo,
porque decían: «Es un exaltado».
“Es un exaltado”. Otras traducciones dicen “Está fuera
de sí”, “Ha perdido el juicio” o, directamente “se ha vuelto loco”. Para
empeorar un poco más las cosas, llega la opinión de los que son considerados
“sabios y entendidos”. Sigue diciendo Marcos:
“Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por
Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios»”.
O sea: además de loco, endemoniado. En el evangelio de
Juan encontramos también esa acusación combinada de locura y posesión
diabólica:
Y muchos de ellos [las autoridades judías] decían: Tiene un demonio y está
loco. ¿Por qué le hacen caso? (Juan 10,20)
Y bien… ¿estaba loco Jesús o hacía cosas que hicieran
pensar que lo estaba?
En el Evangelio, Jesús aparece muchas veces en situaciones que para nosotros serían muy estresantes, permanentemente rodeado de gente. En otro pasaje de Marcos encontramos:
En el Evangelio, Jesús aparece muchas veces en situaciones que para nosotros serían muy estresantes, permanentemente rodeado de gente. En otro pasaje de Marcos encontramos:
A la puesta del sol le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la
ciudad entera estaba agolpada a la puerta. (Marcos 1,32-33)
No algunos, ¡todos! ¡la ciudad entera! No es extraño,
entonces, que Jesús busque, en cuanto le sea posible, momentos de soledad… Otra
vez dice Marcos:
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y
fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. (Mc 1,35)
En otro momento Jesús lleva aparte a los discípulos,
diciéndoles:
«Vengan conmigo a un lugar solitario, para descansar un poco». Pues los que
iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. (Mc 6,31)
Contemplando y escuchando a Jesús en los Evangelios
vamos descubriendo los sentimientos de su corazón. Resalta enseguida la
compasión, la misericordia que le despiertan muchas personas. Pero encontramos
también otros sentimientos muy humanos. Algunas situaciones y actitudes lo
enojan; otras le producen tristeza. Hay un momento, en la víspera de su muerte,
que lo encontramos sintiendo miedo, angustia, tristeza profunda. Es el momento
de la prueba final. Cuenta Marcos:
Jesús llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y
angustia.
Y les dijo: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quédense aquí velando».
Y adelantándose un poco, cayó en tierra suplicando que, de ser posible, pasara de él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». (Mc 14,33-36)
Y les dijo: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quédense aquí velando».
Y adelantándose un poco, cayó en tierra suplicando que, de ser posible, pasara de él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». (Mc 14,33-36)
Ya sea en medio del estrés del ir y venir de la gente
como en el momento supremo en que ve venir la muerte hacia Él, Jesús busca
tener un momento de oración.
Creo que nadie pensará que cada vez que nos sentimos estresados o angustiados todo se resuelve con rezar un padrenuestro… La oración de Jesús es intensa y profunda. Es levantar su corazón hacia Aquel que está en el centro de su vida: su Padre Dios, al que Él llama tiernamente “Abbá”, “Papá”, “Papito”, con la confianza de un niño que está en la presencia de alguien que lo ama y lo protege. Y en ese encuentro de corazón a corazón está su punto de equilibrio.
El Padre está en el centro de la vida de Jesús. Jesús dice:
Creo que nadie pensará que cada vez que nos sentimos estresados o angustiados todo se resuelve con rezar un padrenuestro… La oración de Jesús es intensa y profunda. Es levantar su corazón hacia Aquel que está en el centro de su vida: su Padre Dios, al que Él llama tiernamente “Abbá”, “Papá”, “Papito”, con la confianza de un niño que está en la presencia de alguien que lo ama y lo protege. Y en ese encuentro de corazón a corazón está su punto de equilibrio.
El Padre está en el centro de la vida de Jesús. Jesús dice:
“Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”
Nos enseña a pedir a su Padre:
“hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Esa adhesión total a la voluntad del Padre expresa la
unidad profunda que hay entre los dos:
“el Padre y yo somos uno”.
Pero esa unidad entre ellos no los encierra, sino que
abre a Jesús a la humanidad doliente y alejada de Dios. La voluntad del Padre
es
“que todos los hombres [es decir, todas las personas humanas] se
salven”.
Jesús hace la voluntad del Padre porque
comparte esa voluntad de salvación y quiere llevarla a cabo hasta las últimas
consecuencias. Sí. Jesús se pone “fuera de sí”, Jesús “se exalta”, pero no en
un acto insano, aunque algunos lo vean como locura. Él sale fuera de sí para
dar su vida en la cruz, en un acto de amor extremo.
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth
Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial
Franciscana
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