Reflexión domingo 13
mayo 2018
Ilumina
los ojos de nuestro corazón
Marcos 16,15-20
La Ascensión marca el comienzo del fin de la celebración
pascual. Recordamos la última aparición del resucitado. O el final de aquel
periodo de tiempo fundacional de la Iglesia, en la que los apóstoles, junto con
los primeros discípulos, tuvieron la experiencia viva de que Jesús, al que
habían seguido en vida y al que habían visto morir en la cruz, no había muerto
sino que había resucitado. Aquella experiencia, tan fuertemente vivida, les
hizo sentirse fraternidad, comunidad. Su fe les decía que en el centro de su
unión no estaba sólo el recuerdo de lo que Jesús había hecho y dicho. Sentían
que el Espíritu de Jesús animaba su comunidad y que aquella comunidad tenía la
misión de llevar a todos los hombres y mujeres la buena nueva de la salvación.
Estas ideas son las que se encuentran reflejadas en las lecturas de este día.
La primera, de los Hechos, y el Evangelio relatan, cada una a su manera,
aquella última aparición del resucitado al grupo de discípulos. Aquellos
últimos momentos sirven para confirmarlos en la misión. Se ve con claridad en
ambas lecturas. Lo que han vivido no es sólo para ellos sino para toda la
humanidad. Los discípulos serán, por la fuerza del Espíritu, testigos de Jesús
“en Jerusalén y hasta los confines del mundo” (Hechos). “Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación” (Marcos). Lo que los creyentes han
recibido no es un regalo exclusivo para ellos sino que lo han de compartir.
La segunda lectura, tomada de la carta a
los efesios, es una oración de Pablo en la que el apóstol intercede por todos
los que lean su carta. Supone que son creyentes y pide a Dios que les dé a
todos –que nos dé a todos– la gracia y la sabiduría para comprender lo que Dios
ha hecho con cada uno de nosotros. Porque la resurrección del Señor no es algo
que le pasó a Jesús. En el misterio de la Pascua, Dios hizo una nueva alianza
con la humanidad. En Cristo, Dios desplegó su fuerza poderosa rescatándolo y
rescatándonos del poder de la muerte y del pecado en todas sus formas. Ya no
estamos condenados a la muerte, al egoísmo, al pecado, al odio o a la
violencia. Dios nos ha destinado a ser sus hijos. Todo eso es lo que
experimentaron con fuerza los apóstoles en el tiempo pascual. Todo eso nos
obliga a los cristianos a vivir de otra manera y a compartir esa experiencia de
salvación con todos nuestros hermanos y hermanas. Esa y no otra es la misión de
la Iglesia, de los creyentes.
La Ascensión no es un tiempo de tristeza
porque nos quedamos solos. Las palabras de los ángeles a los apóstoles en los
Hechos de los Apóstoles se dirigen hoy a nosotros: “¿Qué hacéis ahí plantados
mirando al cielo?”. Adelante, creyentes, la misión nos urge a todos. ¡Hay mucho
que hacer!
Paz y bien
Hna.
Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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