Reflexión domingo 29 abril 2018
La vid y los sarmientos
Juan 15,1-8
Todos
tenemos la experiencia de la amistad. Hay personas con las que nos relacionamos
todos los días, a veces podemos incluso salir a dar un paseo juntos o a
divertirnos. Pero eso no significa que seamos amigos. Con el amigo hay una relación
más profunda, hay algo que nos une más allá incluso del hecho de que nos
podamos ver con frecuencia o no. Es como si entre los amigos se estableciera un
vínculo profundo. Ser amigos quiere decir algo más que divertirse un rato
juntos. Esos serían los amigotes que sirven sólo para irse de juerga pero nada
más. Recordemos que el hijo pródigo, cuando se fue con su parte de la herencia,
tuvo muchos amigos pero, en cuanto se terminó el dinero, se quedó sólo. Los
amigos son otra cosa. Los amigos contactan y comparten sus más profundos
sentimientos, los buenos y los malos. Entre los amigos a veces no hacen falta
palabras. Se entienden con una mirada.
El
Evangelio de hoy nos habla de nuestra relación con Jesús. Nos pone un ejemplo
concreto para hablar de ella: la vid y sus ramas, los sarmientos. Los
sarmientos sólo tienen vida si están unidos a la vid. Pero también podemos mirar
lo que Jesús dice desde otro punto de vista: sin los sarmientos, la vid nunca
dará fruto. Lo que une a la vid y a sus ramas, los sarmientos, es la corriente
de savia que lleva la vida continuamente de la una a las otras. Cuando miramos
a la vid, la savia no se ve. Corre por dentro del tronco y de las ramas. Ni
siquiera cuando se corta una rama, se ve la savia a simple vista. Hace falta
una mirada más profunda, quizá con el microscopio, para verla. Y, sin embargo,
está ahí. Un sarmiento que se separa de la vid, se seca y muere. Como dice
Jesús, es echado al fuego.
Hoy Jesús nos pide que mantengamos esa
relación profunda con él. Como la vid y los sarmientos. Como los buenos amigos.
No nos pide que pasemos el día entero en la Iglesia rezando. Los amigos no lo
son más por estar todo el día juntos. Pero sí que mantengamos ese vínculo
profundo, que dejemos que su savia nos llegue adentro y nos de la vida que
necesitamos para dar fruto. ¿Qué frutos? Pues, como dice la segunda lectura,
los frutos van a ser cumplir su mandato, es decir, que nos amemos unos a otros.
Ése es el fruto que tenemos que dar: “frutos de amor para la vida del mundo”,
como dijo el Concilio Vaticano II. Que los demás se sientan apreciados y
valorados, acogidos con misericordia y comprensión, que sembremos la paz y la
serenidad a nuestro alrededor, que renunciemos a la violencia, que seamos
honrados en nuestro trabajo. Esos son los frutos que daremos si permanecemos
unidos a Jesús. Pero, como también dice la segunda lectura, que “no amemos con
puras palabras y de labios para afuera, sino de verdad y con hechos.”
Paz y bien
Hna.
Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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