Reflexión domingo 20
mayo 2018
El Maestro Interior…
Juan
20,19-23
Como muchos niños
de mi generación, aprendí de memoria las tablas de multiplicar. Me las
enseñaron en forma escalonada, empezando por la más fácil, la del 2; una vez
aprendida y dominada, la del 3 y así hasta la más difícil, la
del 9. Esa manera de enseñar se llama escalonamiento y, por mucho tiempo, fue
la orientación pedagógica predominante en la escuela Boliviana
Siguiendo esa orientación, se le da al educando aún aquello que no puede captar totalmente, porque… algo va a quedar. Lo interesante es que, más adelante, al ir creciendo, el niño irá descubriendo en eso que una vez vio, cosas nuevas, nuevos matices, según se vaya desarrollando su inteligencia y su sensibilidad. Esto se aplica especialmente a una obra artística, ya sea literaria, musical o plástica. Nuestra apreciación crece con la experiencia de vida que vamos acumulando y que nos permite encontrar siempre algo nuevo en aquello que una vez vimos, escuchamos o leímos.
A mí me ha pasado de haber guardado en la memoria frases o palabras que me llamaron la atención, pero que no entendía o no entendía del todo, hasta que un día “cayó la ficha” o “se hizo un click” y el sentido de aquello apareció claro.
Pensemos ahora en los discípulos de Jesús. Las enseñanzas del Maestro de Nazaret nos han llegado a través de ellos. Esas enseñanzas no fueron solo palabras. Jesús actuaba y los discípulos registraron lo que vieron. Jesús hablaba y los discípulos memorizaron lo que oyeron. Hechos y palabras tienen relación; más aún, son las palabras de Jesús las que permiten comprender los hechos, lo que Él hace. Muchas veces en el evangelio vemos que se le pregunta a Jesús por qué hace eso, o con qué autoridad lo hace. Si Jesús no actúa de acuerdo a lo que predica, sus palabras serían vacías; pero si Jesús no explica por qué actúa de determinada manera, cada uno interpretaría a su gusto lo que él hace.
¿Cómo es posible que los discípulos recordaran las cosas que Jesús hizo? Hoy en día vivimos muy dispersos… vemos y escuchamos muchas cosas; y pronto las olvidamos. Se recuerda más fácilmente cómo nos sentimos en esos momentos: asombrados, admirados (y los evangelios registran esa admiración de la gente por lo que Jesús hacía). Recordamos lo que nos movió a la compasión, a la misericordia; o la tensión ante una confrontación dura (como la de Jesús con los fariseos). Todo eso que veían los discípulos lo recordaban y comentaban más de una vez en las largas marchas de un pueblo a otro, o en los momentos de las comidas. Así, pues, con respecto a los hechos.
Con los dichos de Jesús sucede algo parecido, con una ventaja. Las parábolas de Jesús no sólo tocan el corazón, sino que son narraciones, lo que facilita recordarlas. Jesús no las contó una sola vez; las iba repitiendo en diferentes lugares y ocasiones. Los discípulos las iban memorizando. Con frases breves de Jesús, que no forman un relato, había algo que también ayudaba a memorizarlas: tenían algunos elementos de la poesía, como la rima o el ritmo, un poco como nuestros refranes.
Con todo y a pesar de tener el mejor Maestro imaginable, el grupo de discípulos muestra ser bastante “cabeza dura”. Se acuerdan, pero no entienden. Los evangelios no esconden esas dificultades. Al contrario, a veces las subrayan. Las preguntas que muestran que los discípulos no terminan de entender las enseñanzas de Jesús llegan hasta el último día que están con él. Lo bueno es que, sí, recuerdan, aunque no hayan entendido o no hayan entendido del todo. Jesús está enseñando por penetrabilidad. Su palabra cae como lluvia mansa, que va de a poco penetrando, empapando la tierra, como dice el profeta Isaías:
Siguiendo esa orientación, se le da al educando aún aquello que no puede captar totalmente, porque… algo va a quedar. Lo interesante es que, más adelante, al ir creciendo, el niño irá descubriendo en eso que una vez vio, cosas nuevas, nuevos matices, según se vaya desarrollando su inteligencia y su sensibilidad. Esto se aplica especialmente a una obra artística, ya sea literaria, musical o plástica. Nuestra apreciación crece con la experiencia de vida que vamos acumulando y que nos permite encontrar siempre algo nuevo en aquello que una vez vimos, escuchamos o leímos.
A mí me ha pasado de haber guardado en la memoria frases o palabras que me llamaron la atención, pero que no entendía o no entendía del todo, hasta que un día “cayó la ficha” o “se hizo un click” y el sentido de aquello apareció claro.
Pensemos ahora en los discípulos de Jesús. Las enseñanzas del Maestro de Nazaret nos han llegado a través de ellos. Esas enseñanzas no fueron solo palabras. Jesús actuaba y los discípulos registraron lo que vieron. Jesús hablaba y los discípulos memorizaron lo que oyeron. Hechos y palabras tienen relación; más aún, son las palabras de Jesús las que permiten comprender los hechos, lo que Él hace. Muchas veces en el evangelio vemos que se le pregunta a Jesús por qué hace eso, o con qué autoridad lo hace. Si Jesús no actúa de acuerdo a lo que predica, sus palabras serían vacías; pero si Jesús no explica por qué actúa de determinada manera, cada uno interpretaría a su gusto lo que él hace.
¿Cómo es posible que los discípulos recordaran las cosas que Jesús hizo? Hoy en día vivimos muy dispersos… vemos y escuchamos muchas cosas; y pronto las olvidamos. Se recuerda más fácilmente cómo nos sentimos en esos momentos: asombrados, admirados (y los evangelios registran esa admiración de la gente por lo que Jesús hacía). Recordamos lo que nos movió a la compasión, a la misericordia; o la tensión ante una confrontación dura (como la de Jesús con los fariseos). Todo eso que veían los discípulos lo recordaban y comentaban más de una vez en las largas marchas de un pueblo a otro, o en los momentos de las comidas. Así, pues, con respecto a los hechos.
Con los dichos de Jesús sucede algo parecido, con una ventaja. Las parábolas de Jesús no sólo tocan el corazón, sino que son narraciones, lo que facilita recordarlas. Jesús no las contó una sola vez; las iba repitiendo en diferentes lugares y ocasiones. Los discípulos las iban memorizando. Con frases breves de Jesús, que no forman un relato, había algo que también ayudaba a memorizarlas: tenían algunos elementos de la poesía, como la rima o el ritmo, un poco como nuestros refranes.
Con todo y a pesar de tener el mejor Maestro imaginable, el grupo de discípulos muestra ser bastante “cabeza dura”. Se acuerdan, pero no entienden. Los evangelios no esconden esas dificultades. Al contrario, a veces las subrayan. Las preguntas que muestran que los discípulos no terminan de entender las enseñanzas de Jesús llegan hasta el último día que están con él. Lo bueno es que, sí, recuerdan, aunque no hayan entendido o no hayan entendido del todo. Jesús está enseñando por penetrabilidad. Su palabra cae como lluvia mansa, que va de a poco penetrando, empapando la tierra, como dice el profeta Isaías:
Como desciende la lluvia de los cielos y no vuelve
allá, sino que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar, (…) así será mi
palabra, la que salga de mi boca. No volverá a mí vacía, sin que haya realizado
lo que me agrada y haya cumplido aquello a que la envié. (Isaías 55,10-11)
Jesús sabe que sus discípulos no
comprenden todo. Por eso les dice:
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes
no las pueden comprender ahora. (Juan 16,12)
Después de su resurrección y antes de
volver al Padre, Jesús promete a sus discípulos el Espíritu Santo. La misión
del Espíritu Santo tiene muchos aspectos diferentes. Ante todo, es el Espíritu
de Amor, el amor que va del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, el amor con que
Jesús nos ama. El Espíritu hace posible que continúe la presencia de Jesús en
su Palabra y en los sacramentos. Sigue guiando a la Iglesia que lo invoca para
tomar sus decisiones. Es el abogado que el discípulo puede llamar a su lado y
que hablará por boca del discípulo.
Pero aquí nos interesa especialmente como maestro, el maestro interior. Es él quien hace comprender a los discípulos las enseñanzas de Jesús. Jesús promete:
Pero aquí nos interesa especialmente como maestro, el maestro interior. Es él quien hace comprender a los discípulos las enseñanzas de Jesús. Jesús promete:
El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará
en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho.
(Juan 14,26)
Y en el evangelio de este domingo:
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los
introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo
que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. (Juan 16,13)
Estas promesas de Jesús se cumplen el día de
Pentecostés: la venida del Espíritu Santo que celebramos este domingo y de la
que nos habla la primera lectura. Pero la promesa de Jesús no se refiere
solamente a ese día, ni solamente para los apóstoles y sus compañeros de
misión, sino también a las siguientes generaciones de discípulos misioneros de
Jesús desde entonces y hasta hoy. El Espíritu Santo sigue mostrando el
verdadero sentido del Evangelio para que la Iglesia, la comunidad de los
discípulos de Jesús, lo siga anunciando al mundo.
No solo eso: el recuerdo de las palabras y obras de Jesús que realiza el Espíritu Santo no se queda en un ejercicio de memoria. Recordando las palabras, las obras y todo el misterio de salvación obrado por Cristo, el Espíritu hace que Cristo siga presente y actuando en la Iglesia. Gracias a la acción del Espíritu Santo, la comunidad permanece y vive en la verdad que recibió del Señor
No solo eso: el recuerdo de las palabras y obras de Jesús que realiza el Espíritu Santo no se queda en un ejercicio de memoria. Recordando las palabras, las obras y todo el misterio de salvación obrado por Cristo, el Espíritu hace que Cristo siga presente y actuando en la Iglesia. Gracias a la acción del Espíritu Santo, la comunidad permanece y vive en la verdad que recibió del Señor
Paz y bien
Hna.
Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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