viernes, 13 de julio de 2018

Miren que amor...



Reflexión domingo 22 abril 2018
Miren que amor...

Juan 10,11-18
      El centro del mensaje de las lecturas de este domingo lo encontramos en la segunda lectura. Juan nos hace caer en la cuenta del amor inmenso que Dios nos tiene. Es un amor que se concreta en una relación real entre Dios y nosotros. No sólo nos llamamos “hijos de Dios”. Realmente lo somos. Ese es el gran cambio que se ha producido en nosotros como consecuencia de la manifestación de Jesús. Éste es el hecho central que hoy debemos tener en cuenta. Somos “hijos de Dios” y, como dice la segunda lectura, todavía no se ha manifestado lo que seremos. Es decir, todavía ni nosotros mismos somos capaces de darnos cuenta del auténtico significado de esa afirmación. Lo que es seguro es que ya no debemos ni podemos mirar a Dios como un señor feudal al que hay que temer. Nuestro Dios es un padre, un “abbá” como le gustaba decir a Jesús en su lengua, “papaíto”. Es una relación muy cercana, de enorme confianza, porque de él, de nuestro “abbá” sólo podemos esperar cosas buenas. 
      Jesús es nuestro hermano mayor. Ha venido para reunirnos en una familia, para darnos conocer ese hecho fundamental de nuestras vidas: que somos “hijos”. Por nosotros, sus hermanos, lo dio todo, hasta la vida. Por eso, utiliza la imagen del Buen Pastor. Lo mismo que el Pastor da la vida por sus ovejas, él ha dado su vida por nosotros. La imagen del pastor se refiere a Jesús. Nos habla de su modo de comportarse con nosotros. Como el pastor cuida con amor de cada una de las ovejas de su rebaño, especialmente de las más débiles, así Jesús nos cuida a nosotros. 
      Pero no hay que llevar la comparación a la realidad. Nosotros no somos ovejas ni como las ovejas. Nosotros somos “hijos”. No sólo eso. Somos “hijos de Dios”. Como hijos, somos herederos. Dios nos quiere adultos, responsables, capaces de actuar libremente, de tomar decisiones, de asumir nuestros propios riesgos. Como un buen padre, sufrirá con nuestras equivocaciones y errores, pero no nos castigará. Más bien, nos dará buenos consejos y nos animará a volver a intentarlo. Porque lo que él quiere es que crezcamos, que no seamos perpetuos niños sino hijos mayores con los que poder dialogar al mismo nivel. 
      Hoy las lecturas nos hacen tomar conciencia del amor con que Dios nos ama. Es un amor que nos transforma en hijos. Es un amor que a Jesús le hizo dar la vida por nosotros, igual que hace un pastor por sus ovejas. Es un amor que nos ayuda a crecer, que nos empuja a ser libres y adultos, hermanos de nuestros hermanos. Es un amor que nos hace sentirnos miembros de la familia y responsables de cada uno de los que viven con nosotros. Eso, y no otra cosa, es ser hijos de Dios. 
Paz y bien
Hna. Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad Eclesial Franciscana 



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