Reflexión domingo 25 de
marzo 2018
Del triunfo a la cruz…
Marcos 15,1-39
El Domingo de Ramos
es llamado también el Domingo de Pasión. Dos nombres diferentes para una misma
realidad. Porque este domingo comienza con un ambiente de fiesta. Recordamos,
haciendo incluso una procesión, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Por
una vez, Jesús es aclamado por su pueblo. Se le reconoce como el nuevo David,
el rey que todos esperaban. Claro que su entrada no es como la de un rey de los
de la época. Su montura es un borrico, que no era exactamente la montura de los
reyes. Los que le aclamaban formaban parte del pueblo bajo. Seguro que no había
muchos sacerdotes ni escribas entre ellos. Los sacerdotes y los escribas
estarían más bien pensando en como librarse de él. Así que el triunfo y la cruz
se comienzan ya a mezclar. Del mismo modo que la liturgia une esas dos
realidades en este día.
Porque de la
procesión pasamos a la misa y, en ésta, las lecturas nos sitúan frente a la
muerte de Jesús y su significado. Jesús es el que se entrega a sí mismo a la
muerte para cumplir la voluntad de Dios, su Padre, y confía totalmente en él a
la hora de su entrega final, como dice el profeta Isaías en la primera lectura.
Jesús, es el mismo Dios que entrega su vida por nosotros, que no hace alarde su
categoría de Dios, que se somete incluso a la muerte. Y es a través de esa
entrega como se va a convertir en signo de salvación para todos. “Ante él se
doblará toda rodilla”, como dice san Pablo en la segunda lectura.
Comenzamos así la
Semana Santa. Éste es el pórtico grande en que nos situamos: en Jesús el
triunfo mayor es el momento de su muerte. Lo que para nosotros es el máximo
dolor, el mayor sin-sentido, para Dios es la oportunidad de proclamar su amor
por todos los hombres de la forma más solemne posible. Ya no sabemos qué parte es
la más triunfal, si su entrada sobre un borrico en Jerusalén mientras que unos
pobres gritan y agitan ramas de olivo, o el momento de la cruz, en el que sólo,
abandonado de todos los suyos, firma con su propia sangre que toda su vida ha
querido estar al servicio del reino de Dios, ha querido ser un testimonio
viviente de su amor por los hombres y mujeres y que su entrega es para que
todos tengamos vida y vida en abundancia.
Sólo queda una
pregunta pendiente: ¿Dónde estamos nosotros en toda esta historia? Porque Jesús
está entregándose por nosotros, por cada uno de nosotros. Cuando levantamos la
mirada y lo vemos, en el borrico o en la cruz, encontramos lo mismo: sus ojos
nos miran y nos dicen que lo da todo para que seamos felices, para que vivamos,
para que nos amemos. Al menos que durante esta semana, sepamos permanecer cerca
de Jesús. No es necesario decir muchas palabras. En silencio pero cerca de Él.
Sin distraernos en los detalles superficiales. Simplemente, dejando que llegue
a nuestro corazón la hondura de su amor, de su entrega por nosotros. Para que
tengamos vida y vida en abundancia.
Paz y bien
Hna.
Esthela Nineth Bonardy Cazon
Fraternidad
Eclesial Franciscana
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